Bajo la noche eterna by Veronica Rossi

Bajo la noche eterna by Veronica Rossi

autor:Veronica Rossi [Rossi, Veronica]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2013-04-01T04:00:00+00:00


20

Aria

—¿ESTÁS listo?

Habían acampado junto al Río de la Serpiente, que a partir de entonces los guiaría en su avance hacia Los Cuernos. Había ramas esparcidas sobre las dos orillas cubiertas de guijarros y maleza, y las aguas serpenteaban, mansas como un espejo, y en ellas se reflejaban los remolinos del éter. Habían avanzado deprisa aquella tarde, adelantándose a la tormenta. El chillido distante de los torbellinos llegaba a sus oídos, y el vello de la nuca se le erizaba.

Rugido apoyó la cabeza en su macuto y cruzó los brazos.

—Estoy listo desde el día en que desperté y vi que Liv no estaba allí. ¿Y tú?

Llevaban toda la semana ascendiendo por el Collado de la Frontera, un gélido paso de montaña rodeado de picos afilados y altísimos que parecían de metal recortado. Entre sus oídos y los de Rugido, habían logrado mantenerse al margen de encuentros con otras personas y con lobos, pero lo que no habían logrado era escapar de los vientos constantes que se colaban por el congosto y lo mantenían en lo que parecía ser un invierno permanente. Aria tenía los labios cuarteados e irritados, ampollas en los pies y las manos entumecidas, pero a la mañana siguiente, dos semanas después de abandonar a los Mareas, llegarían por fin a Cornisa.

—Sí. Lista —respondió, intentando sonar más segura de sí misma de lo que en realidad se sentía. Empezaba a darse cuenta de la magnitud de la tarea que se había impuesto. ¿Cómo iba a obtener de Visón una información reservada, si era un esciro que despreciaba a los residentes? ¿Si era un Señor de la Sangre que no confiaba a nadie el secreto que guardaba?

Le vinieron a la mente las piernecillas de Garra meciéndose en el embarcadero. Si no conseguía su propósito, ¿cómo haría para sacarlo de allí? ¿Sería ese el fin de Ensoñación? Aria meneó la cabeza, ahuyentando aquellas preocupaciones. No podía permitirse el lujo de pensar así.

—¿Crees que Visón querrá negociar? —le preguntó a Rugido. Pensaban decirle que iban en nombre de Perry, que, en tanto que Señor de los Mareas, quería cancelar el compromiso nupcial que Valle había cerrado con él un año antes. Y también intentarían comprar información sobre la ubicación del Azul Perpetuo.

—Los Mareas ya han aceptado la primera mitad de la dote. La única manera que tiene Perry de devolver lo que les debe es con tierras, pero como las tormentas de éter son cada vez peores, tal vez ni con ellas le alcance. ¿Quién aceptaría territorios nuevos para ver cómo se van quemando? —Se encogió de hombros—. Es una apuesta arriesgada, pero tal vez funcione. Por lo que sé, Visón es avaricioso. Así que eso será lo que intentaremos primero.

Su segunda táctica pasaba por fisgar un poco y averiguar dónde se encontraba el Azul Perpetuo, encontrar a Liv y salir corriendo de allí.

Cuando finalmente quedaron en silencio, Aria rebuscó en su macuto y sacó de él la talla del halcón. Pasó los dedos sobre la madera oscura, recordando la sonrisa de Perry cuando le dijo: «El mío es el que parece una tortuga».



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